Tordesillas: como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.

Oficialmente ellos ejercían de víctimas y nosotr@s de verdugos, de radicales intransigentes que impedían al pueblo el desarrollo de su libertad; pero éramos l@s activistas quienes para para caminar sin daños por las calles de Tordesillas, debíamos ocultar nuestras ideas, nuestra intención de convertirnos en testigos honestos de cuanto allí aconteciera. Lo descubrimos la noche antes, cuando tras espiar diversas conversaciones entre unos mozos que afirmaban destinar la madrugada a la caza del animalista, nos las vimos negras para pedir algo de cena sin delatar nuestra irrenunciable condición vegana. Aunque lo interpreté como excesos de tasca, tampoco parecía el momento adecuado para disipar las dudas.

Imagen: Jordi González


Conscientes de que en grupo resultábamos identificables con mayor facilidad, tras el desayuno nos distribuirnos por parejas. Escogí la mía de siempre, un compañero curtido en mil guerras con el que me siento extrañamente seguro allá donde vaya. Pese a nuestras diferencias, los dos sabemos de qué va esto y nos entendemos con solo insinuar una mirada. Él a robar sus imágenes, yo a hurtar mis palabras. Ninguno cuida del otro y cada cual solo responde de sí mismo y del riesgo que se asume de forma voluntaria al fundirnos sin trampas con un ambiente tan hostil. Aunque siempre conservas ese no se qué por si algo falla, nos mantuvimos fieles a la estrategia habitual: hacerlo todo de un modo tan descarado, tan visible, que nadie llegase a sospechar nada. Quizá para relajar, se me vinieron a la mente las ocurrencias de algún amado correligionario de un ámbito que poco tiene que ver con el que aquí se trata. No cayó en mejor idea que estacionar el coche en el parking de la Carrera de San Jerónimo, para participar en el “Rodea el Congreso”. Genial.

Imagen: Rafa Hernández


En la cuesta que conduce desde la plaza hasta el río, nos repartieron unas pegatinas de apoyo al Toro de la vega. Las tomamos con desgana, pero sin aspavientos que no estaba el campo para exhibiciones. Al final de la rampa, un par de señoras castellanas nos descubrieron una habilidad sensitiva fuera de lo común. Según parece, distinguían a quinientos metros el hedor de “esas guarras que no se duchan”, dirigiendo la vista hacia la zona en la que se concentraban l@s antitaurin@s. Metros abajo, sus maridos, porque est@s son de los que se casan como dios manda, encontraban el origen de la protesta en su condición de "mal folladas”. Aunque lo intuyo consecuencia de esa insatisfacción sexual tan característica de cierto sector de la sociedad conservadora, qué elegancia y qué altura intelectual; rezumaban por los poros ese ingrediente artístico del que tanto presume la tauromaquia. Otros indicaban que si se dedicasen a fregar no tendrían tantas ganas de jorobar la pava. De los tíos, por supuesto, ni media palabra. Un machismo rancio y turbio, tan detestable como su añorada fiesta.

Al cruzar el puente, se apodera de mi alma una envidia insana. Cuánto caudal, más o menos limpio, frente a la cloaca de ese Tajo en el que aprendí mis primeras brazadas. No pude evitar exclamar internamente “menuda hostia” al comprobar la altura que nos separaba del agua.

Por fin alcanzamos la famosa rotonda en la que en anteriores ediciones se concentraron las protestas. A esas horas, todo más o menos en calma. Insultos, algún machito palurdo que se exhibe ante las damas, amenazas… Va, chorradas. La Guardia Civil con buen criterio, separó a l@s animalistas de los indígenas para evitar el linchamiento premeditado de los primeros. No se trata de una afirmación gratuita, de esas que se entonan por rellenar palabras. Alguna compañera consiguió grabar conversaciones en las que eso se afirmaba, que todo estaba previsto para que los antitaurinos se llevasen su merecido a casa. Sin exageraciones, hablaban de armas.

Imagen: Jordi González


A falta de otras presas más apetecibles, los “oprimidos” tordesillanos tomaron por objetivo las cámaras. Que se lo cuenten a los reporteros de TV que aguantaron las envestidas de un personaje de Medina, muy conocido en el evento por acudir a él cada año en auto-stop, con su físico de gorila de montaña e intelecto de bacteria minusválida. Ninguna sociedad puede proclamarse sana mientras tipos como ese caminen por las calles a sus anchas. No querían que nadie grabara las tortas que se repartieron a eso de las nueve, cuando identificaron un grupo en esa zona maldita que antes señalaba. Tampoco que quedara registrado como, entre una manada de salvajes, izaron en volandas a una compañera con la explícita intención de arrojarla al Duero desde el mismo puente que dejamos a la espalda.

Ya en el recorrido, escucho a los jinetes repartirse por tramos para vigilar que ningún activista penetrase entre el vallado. Lo previsto, patearlos con sus monturas si alguno lo intentaba. Aunque nunca sabré si sirvió de algo, avisé a la gente por whatsapp. Vaya ojo que tuvisteis tíos. Con que entusiasmo sonreíais ante mi cámara, ignorantes de que quien la disparaba era una parte diminuta de ese enemigo invisible contra el que hacíais guardia.

Imagen: Jordi González


Tras una manifestación orquestada desde el Ayuntamiento con dinero de tod@s, en la que los vecinos reclamaban su discutible derecho a regresar al medievo, nos adentramos al fin en la vega. Nos sirvió para separarnos una charla intrascendente con un par de policías que nos aconsejaron sobre los lugares más adecuados donde tomar instantáneas. Me propuse aislarme de todo y por esa curiosidad innata de comprender al enemigo, intenté sumergirme en la fiesta, pillarle la gracia. Incluso desde su perspectiva, no le hallé el menor sentido. Centenares de personas huyendo de un animal que huye. Los señoritos, a caballo; el resto a pata. Clasismo andaluz al estilo de la estepa castellana, con la plebe convertida en apasionada defensora de los privilegios de las élites. Un absurdo en el que la gente corría en direcciones opuestas en cuanto alguien imaginaba entre la polvareda la silueta del toro. Menudos valientes. Ni arte, ni plástica, ni rituales; nada. En un par de ocasiones nos advierten que no está permitido tomar fotografías, algún talibán con vocación policiaca. Ni caso. Tú di lo que quieras que yo haré lo que me de la gana, pero de algo te ocultas con semejante fobia hacia las cámaras.

Imagen: Jordi González


Encasi una hora de encierro – pobre animal, sesenta minutos de carrera atemorizada hasta el agotamiento –, también quedó un espacio para la sonrisa. Uno de los civiles sufrió un accidente con su montura, sin duda aterrada por la presencia de Pelado. Vaya mala fortuna la de ir a un encierro a exhibir testosterona y que te caiga encima un guardia. Me saltó una carcajada al imaginar el titular: herido por asta de tricornio. Te cagas.

El diluvio adelantó el fin a semejante astracanada. En ningún momento percibí la menor sensación de peligro. Frente a quienes huían despavoridos en cuanto el toro arrancaba, decidí confiarme a la racionalidad del cálculo probabilístico. No iba a tener tan poca suerte como para que entre una multitud el bicho se fijara precisamente en mí. Y además creo que ya agoté en otros ámbitos de la vida el cupo de la mala pata. Y así terminó todo. Bajo un cielo que lloraba. Con Pelado primero dormido por dardos tranquilizantes y después apuntillado, entre centenares de energúmenos de mala baba. Como en la canción de Sabina (buen ejemplo de poeta urbano, pero pésimo de antiespecismo), Tordesillas siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.

Imagen: Jordi González


Poco importan las distintas versiones sobre la suerte del animal. No seré yo quien firme una petición de indulto de change.org. Primero porque no sirve para nada diferente que enriquecer a quienes gestionan los intereses de la empresa intermediaria. Segundo por agravio comparativo con otros bovinos que en cada fiesta de cada pueblo abandonamos a su suerte, incapaces de abarcarlo todo.

Tras recuperar la calma hago inventario de conclusiones. Taurinos, aunque no nos sirva, aunque no podamos evitar el inútil tormento de un ser vivo, para la simple diversión de quienes por cuestiones patológicas o por educación mala, os mostráis incapaces de ejercer la empatía; habéis perdido. No volveréis a lancear al toro en público. No os hemos ganado nosotr@s; tampoco os ha vencido PACMA, rompiendo lancitas en la Puerta del Sol y colgándose a las espaldas un éxito que nos pertenece a tod@s, incluso a l@s que carecemos del hábito de vender nada; ni cuatro matones con complejo de superhéroe que se alistaron al ejército con la guerra concluida. Os venció una historia que, aunque a veces con pasos dubitativos, siempre avanza. Y os agrade o no, así sucederá lentamente con ese arte de la tortura que llamáis tauromaquia.

Imagen: Jordi González


Ya en el coche, me despedí de este pueblo maldito con la certeza de no regresar jamás. En ausencia de la sangre del astado, para que vuestra fiesta cobre sentido precisáis de otra víctima, de otro objetivo, y al menos quien esto escribe no está dispuesto a seguiros el rollo convirtiéndose en diana. Tordesillanos, tordesillanas, nosotr@s no hemos ganado; pero vosotr@s, por más que os joda, sí que habéis perdido. Aunque nunca fuera esa nuestra meta... que os den. Por acción o por cobardía, lo merecéis.

Comentarios

  1. Además de como escribes, si hay algo que he admirado siempre de ti es ese valor sereno con el que afrontas situaciones complicadas. Gracias por estar allí y por contarlo para quienes quisiéramos pero nos morimos de miedo. Un beso.
    Marisol.

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    1. Gracias a ti por comentar y por sobrevalorarme de ese modo. En realidad me muero de miedo. Creo que me paraliza y por eso parezco tranquilo. :) Un beso.

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  2. me gustan mucho los camarones. espero que vuestra asociación o lo que se@, no venga a fastidiarme cuando vaya a engullir tan exquesito plato.

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    1. En realidad en estas materias como en casi todo, ejerzo de francotirador, voy por libre haciendo lo que creo que debo de hacer. En cuanto a los camarones, salvo que pretendas meterlos en una pecera y lancearlos hasta la muerte vestido de hombre-rana, para regocijo de una panda de cazurros ignorantes, capaces de repetir una salvajada medieval porque siempre se hizo así (que también sería discutible), puedes comértelos tranquilo que al menos yo no te incomodaré en absoluto.

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  3. peor todavía, los camarones se frien vivos en aceite hirviendo, y para mayor escarnio de estas débiles criaturas,algunos, antes les rebozan en pan y huevo. de todas formas respeto tus nobles ideales. un abrazo

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