Medinaceli 2016: un viaje a la España que nunca debió existir.

Qué pena que la Castilla en la que nací y en la que tengo la intención de morir algún día que aún deseo lejano, escoja refugiarse en sus vicios cuando podría reafirmarse en sus virtudes. Una lástima que en lugar de jactarse de una lengua que con independencia de las razones sirve a medio mundo para el entendimiento, de una literatura como pocas o de sus ciudades amuralladas, auténticos museos vivientes de la historia; decida perpetuarse en el terror, en la muerte, en tradiciones anacrónicas que parecen huidas de algún perverso manual del Santo Oficio.


Sin más que tomar la desviación que conduce desde la A2 hasta el municipio de Medinaceli, percibimos un intenso aroma a represión. Fue dimitir de la autovía y el primer control.

– Buenas tardes. ¿Dónde van ustedes?

Curiosa pregunta en una carretera sin otro destino posible que el siniestro pueblo soriano. Nos advierten de la prohibición de acceder a la plaza si hueles a forastero y careces de una de las invitaciones que el municipio reserva a los ilustres miembros de las organizaciones taurópatas. Por ese impulso heredado de la madre, de rebelarme contra todo acto de arbitraria autoridad, respondí de la forma más inadecuada. No recuerdo la frase exacta pero debí contestar algo así como que yo iba donde me daba la gana y que no sentía necesario comunicar a nadie uniformado la previsión meteorológica de mis actos. Como en la letra de Bunbury, las consecuencias se volvieron inevitables. Cacheo exhaustivo y unos quince minutos de escrupuloso registro del vehículo. Quizá hubieran abreviado de ahorrarme una de las ironías que a veces me pierden:

– Si encuentran el anti-robo de las llantas, por favor me avisan. Se me cayó hace algunas semanas por el maletero y he sido incapaz de localizarlo.

Un poco más arriba, ya casi en la zona amurallada, otra detención. Otra vez “los papeles” y nueva revisión de la tapicería. Como novedad nos hacen sonreír ante una cámara en la que se grababa a cualquier extraño que accediese al centro de la población. Aunque mantengo mis dudas sobre la legalidad de semejante trato, tras la experiencia anterior, decido “cooperar” y echar unas risas ante el objetivo. También nos advierten de las sanciones que, según la ordenanza municipal, se ciernen sobre todo aquel que perturbe el normal desarrollo de la fiesta. Al margen de la arbitraria desproporción de las multas, una originalidad lo de incluir bajo el epígrafe de “normal”, prender fuego a la cornamenta de un pobre toro y darle martirio hasta que se apague.


Aparcamos con menos dificultades de las previstas. Supongo que el llegar pronto se transformó en ventaja, algo extraño en mi conducta y achacable en exclusiva a los defectos de la compañía. Durante la cena, casi salimos a golpes con unos niñatos empeñados en amagarla. Aunque ni el cuerpo ni las ganas se hallan ya para estos trotes, se morirán ignorantes de la escasa distancia que nos separó de la tragedia; de terminar ellos con un plato de bravas ardiendo sobre su cabeza y servidor, probablemente, con una buena ración de palos sin tomate. A fuerza de Dios teníamos que irnos de “su” pueblo sin probar bocado. De modo instintivo se me vino a la mente la estrofa de uno de mis poemas:

La perpetua falacia de los posesivos
simulan donarnos propiedades
cuando somos nosotros quienes les pertenecemos.

No voy a desvelar cómo accedimos, con todas las de la ley, al lugar de los hechos, pero a las diez y algo, ya estábamos dentro. Mi acompañante lo calificó como un cuarto de inteligencia y tres de cara dura. Por supuesto ella puso la primera y a mí me correspondió la segunda. Con cierto retraso sobre el horario marcado (23:30), comenzó el “espectáculo”. Inenarrable. Por más que haya repetido con idéntica finalidad en los últimos años, por más que uno conozca lo que se va a encontrar en aquel monumento a la necedad humana, imposible acostumbrarse. Unas bestias en quienes cuesta adivinar el menor vestigio de inteligencia útil, sujetan al bicho contra una especie de poste. Entre los gritos de dolor del desafortunado animal, embadurnan su cabeza de barro y le colocan un artilugio metálico, impregnado de algún material inflamable al que prenden fuego. El resto pueden imaginarlo, kafkiano. El toro ni embiste, ni agrede; ni siquiera se defiende. Solo intenta desesperado liberarse de aquello que transforma su testa en una antorcha viviente. No queda espacio para la diversión, ni siquiera para el riesgo; solo para un dolor inútil que, si consigues abstraerte de él, se convierte en aburrimiento.


Durante todo el festejo fueron constantes los insultos hacia l@s animalistas que se concentraban en los accesos, detenidos por unas fuerzas del orden que, para variar, optaron por proteger al mal y golpear al bien; por agredir a la libertad en lugar de defenderla, su función constitucional. Gran trabajo el de mi terapeuta. Incluso en semejantes circunstancias me muestro capaz de hallar un camino hacia lo positivo. Con lo que habré renegado de mi feo oficio, lo convertí en un cuento de Disney al compararlo con el de esos ciudadanos de uniforme que en campaña electoral tanto agradan a Don Pablo Iglesias. Cosas de la política, supongo.

Del resto poco que contar hasta que en la distancia observo como expulsan de la peor manera a un rostro conocido, con el que tuve el placer de compartir algunas horas en el último Tordesillas. No se puede ser tan grande por dentro y por fuera tío, se te identifica con facilidad. Espero que todo quedase en un mal susto. Aplaudimos justo en el momento en que una compañera demuestra al desperdicio de testorena ebria que abarrotaba la plaza, en lo que consiste el valor sereno. Ella consiguió apagar uno de los fuegos, aliviando el sufrimiento de la víctima y demostrando a los agresores que por mucho que se empeñen no se pueden colocar puertas al viento. Curiosa la valoración del bufonesco diario Abc, cuando afirma que los activistas no lograron alterar el festejo. Dónde estuvieron. Por momentos sospecho que redactaron la crónica desde el salón de alguna confortable vivienda del Barrio de Salamanca. Como resultaba previsible, la liamos con los vítores. Terminamos a medio tortas y, por supuesto, fuera del recinto. Aunque nuestra naturaleza pacífica (no pacifista) nos inclinase hacia lo opuesto, en el fondo apetecía. No imaginábamos otra puerta más digna por la que escapar de aquel absurdo túnel del tiempo.


PACMA documenta la crueldad del Toro Júbilo de Medinaceli 2016 from PACMA TV on Vimeo.

Medinaceli fue un viaje hasta el pasado más funesto. Ahora, con un año por delante se impone la reflexión de tod@s. Desde el bando animalista, aliados con la razón, deberíamos prescindir de tanto mensajito dramático en las redes y de grupos de whatsapp donde se calienta sin sentido a la gente. Nos sobran matones de billar con complejo de superhéroe y personajes más o menos pintorescos que buscan en el movimiento la notoriedad que la vida les negó en otros ámbitos. Nosotr@s no somos así, nunca lo fuimos. Como en la canción del colegio, solo gente pacífica a la que no nos gusta gritar. Si evitamos esos errores, para la próxima aumentaremos hasta diez mil en lugar de unos pocos cientos y añadiremos a la fuerza de la racionalidad, la motivación del número. Algo imprescindible en la sociedad de la estadística.

Para reflexionar si, incluso desde una óptica legal, cabe la calificación de “festejo popular” a un acto en el que la condición de forastero te convierte en sospechoso, en la que se discrimina a las personas por su lugar de residencia o por su opinión respecto al evento. Además de estúpido, bordea lo inconstitucional. Se vulneran la libertad de desplazamiento, de opinión, se impone la declaración previa sobre la ideología como requisito de acceso y se anula la libertad de prensa y el derecho a la información, al no permitir la libre circulación de cámaras y de periodistas durante el desarrollo de los hechos. Por simple regla de la lógica, algo no cuadrará en la conciencia de los nativos cuando imponen tanto secretismo.

Las fuerzas del orden, deberían también plantearse los límites de la obediencia debida. En el Juicio de Nurenberg, quedó consagrado como principio universal del Derecho el que la disciplina no excusa del incumplimiento de las órdenes, cuando se vulneran libertades fundamentales o cuando con ello se cometen delitos flagrantes. Alguna vez se enterarán que también son pueblo.

Lo de los políticos no tiene nombre. Mucho pico, mucho discurso parlamentario a la caza del voto incauto, mucha manifestación en Sol o mucho crear subdivisiones “animalistas” en los partidos, pero luego nunca se encuentran donde corresponde. De su comportamiento solo puede deducirse una intención meramente electoral que se queda en nada. A ver si asumen que lo de “amar a los animales” o lo de “estar con la gente” no consiste en declarar desde un despacho, en grabar vídeos más o menos llamativos para youtube o, todo lo más, en vender camisetas en los mercadillos con exitosos mensajes de marketing. Hay que plantarse allí y de la mano de quienes dicen representar a cambio de un sueldo, afirmarse en un NO a la barbarie.

En fin, un año más Medinaceli escogió ser la puerta del túnel del tiempo. Lo lamento por sus gentes, las batallas que se libran contra la historia, siempre se pierden.

Comentarios

  1. me quedo con la curiosidad:¿que hicieron luego con el toro, lo mataron?. en el pueblo de mi señora, a los que consideraba como muy catetos, esto lo han solucionado. La fiesta de la noche se llama "toro entorchado" , y mira por donde , han sustituido al toro, por un por un panoli que se pone una careta de toro,se embadurna los cuernos, los prende fuego, y va corriendo por las calles ,haciendo Muuu y tirando petardos . Esa es la noche estrella, de las fiestas del pueblo. Luego al tipo que ha hecho de toro se le invita a unas copas en el bar y asunto concluido. Mira por donde , el pueblo de mi señora, es evolucionado.Bueno, ¿que haréis cuando comiencen la matanza de focas , a garrotazos, en los evolucionados pueblos del norte?.Si vais, a alaska avisadme , porque igual me voy con vosotr@s. De todas formas es encomiable tu amor alos animales.Gracias por tu escrito, magníficamente, narrado y un abrazo

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    1. AL toro lo mataron. Por norma autonómica es obligatorio hacerlo en un plazo que no recuerdo, con cualquier animal que intervenga en un festejo de esta índole. Lo del pueblo de tu señora es un ejemplo de civismo, de conjugar la tradición con el necesario avance social, cuando existe la voluntad de hacerlo. En cuanto a la matanza de focas, ya quisiera yo que mi economía me permitiera pagar el viaje. Iría encantado. Nos tenemos que conformar con adoptar otras medidas más próximas. Los evolucionados pueblos del norte tienen poco que enseñar al resto. Carezco del complejo de originalidad propio de los iberos. Mal que nos pese, no somos ni mejores ni peores que en otras tierras, sino terriblemente iguales. Gracias por tu comentario, un abrazo.

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    2. cuando le diga a mi queridísima señora, que su pueblo es un ejemplo de avance social, va a saltar de alegría,como aquel personaje,del burgués gentilhombre,que hablaba en prosa sin saberlo.y yo que tanto me he cachondeado de su pueblo.....no sabía que era obligatorio sacrificar al toro .bueno ,yo tampoco siento ningún complejo, de ser y sentirme español. Un abrazo y gracias por contestarme

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