Todas somos Israel


Esto de las redes sociales se nos escapa. Cada día se parece más al psicoanálisis de Freud o a la confesión cristiana  del miércoles de ceniza. Un modo barato de comprar la inocencia. No encuentro el sentido a inundar los monitores con la imagen de la perversión humana. Todos sabemos que el estado de Israel aprobó con nota las oposiciones al ilustre cuerpo de asesinos en serie. Lo demás sobra. Lo macabro, lo morboso, lo repugnante por criminal, solo contribuye a convertir en cotidiano el genocidio. La inflación de tragedias termina transformando en normal lo incalificable, en ordinario lo que debiera ser juzgado. De eso se trata, de que aceptemos el crimen como animal de inevitable compañía. Entramos al trapo.

Me duele que nos detengamos en el stop del "comparto" o el "me gusta". Que exijamos a los estados como súbditos, lo que podemos conseguir como ciudadanos. Que aliviemos el alma firmando una petición de change.org que todos intuimos tan vistosa para cumplir ante las amistades, como inútil para resolver el problema. Al margen de las movilizaciones, al margen de la necesaria difusión, se infravalora nuestro poder como consumidores, como sostenes del sistema con las diarias decisiones en la cesta de la compra. Una buena parte de quienes consideran imprescindible el voto cuatrienal, subestiman el poder del sufragio diario en el mercado. Comodidad cómplice; revolucionarios de sala de esgrima. Entiendo como despreciable ejercicio de hipocresía, amargar las cenas con retratos de niños sin cabeza, mientras compramos Coca-Cola, Nescafe o llevamos a los críos al McDonals. Son esas multinacionales, casi todas bajo control del poder sionista, las responsables últimas del holocausto inverso en que se ha convertido Palestina. Al estilo de los canónigos catedralicios, nos pegamos golpes de facebook desde el altar de nuestro muro, mientras por la espalda, casi a traición, financiamos de modo voluntario a los culpables.

Sabina y Serrat están desde hace tiempo excluidos de mi santoral. Como músicos y como personas. Pero sacar ahora a relucir que en 2012 actuaron en Israel sin hacer mención al conflicto, se me antoja miserable. ¿Acaso presentamos una protesta ante la ONU cuando  nos regalamos una camiseta Nike? ¿Acaso exigimos a ese software espía que llamamos Windows, un salvapantallas alusivo en los ordenadores vendidos en Jerusalén? De la manzana mordida y podrida que pagamos al triple de su valor por sentirnos parte de la élite, mejor no hablamos. Por si alguien lo desconoce, existe como alternativa un sistema operativo libre y gratuito, de código abierto,  que conocemos por Linux. Se tarda diez minutos más en instalarlo. Cierto. Es el precio de la libertad. De la propia y de la ajena. Ese que no estamos dispuestos a pagar. Creo que se entiende la metáfora.

También me duelen los agravios comparativos. La muerte en el Tibet, en Corea, en El Sahara o en el África negra en su conjunto, ¿es más barata que la de la franja?

Termino con una reflexión que no va a gustar. El estado nazi alemán exterminaba judíos porque “eran inferiores”. Ellos lo decidieron. El estado sionista de Israel (no confundir con el pueblo hebreo) masacra palestinos porque se creen los elegidos de Dios. Ellos lo han decidido. Al margen de la simple depredación alimenticia, la raza humana tortura en vida y tortura en el momento de la muerte a millones de animales porque nos creemos una especie superior. Nosotros lo hemos decidido. Agrade o no, los tres ejemplos obedecen a idéntico principio.

Ayer contemplaba una de esas leyendas muy populares en las redes: “todos somos Gaza”. Tan bonito como desnudo de utilidad. Pero no olvidemos que de uno u otro modo, “todas somos Israel”. Me incluyo. Espero que nadie se moleste. Lo siento. Soy así de agrio.

Comentarios

  1. Cuando algo te llega ... te vuelves brutal. Comparto tu opinión, estoy hasta ahí de vídeos y de cartelitos en la red, mientras compramos en el Media Markt.

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