Radikal con K

Dicta un viejo proverbio de la India que la vejez comienza cuando el recuerdo se vuelve más fuerte que la esperanza. Es la adicción al pasado y no las arrugas, lo que determina la edad. Nuestra civilización está vieja; la sociedad, caduca. Basta salir a la calle para verificar la extinción de la confianza. La única especie que subsiste es la melancolía, la añoranza de un periodo idealizado por la actual desdicha. El mismo argumento nos permite separar las ideas nuevas de las arcaicas. La distinción entre ellas no se debe al tiempo transcurrido desde su creación, sino a la capacidad para fabricar esperanzas. La bondad de un cuerpo ideológico, como la idoneidad de una pareja, no se miden por las belleza de sus curvas o la perfección de sus rectas, sino por la ilusión que aportan a un proyecto común; por la irracional erótica que despiertan.

Si asumimos como propio el torpe lenguaje de la política, izquierda y derecha se muestran agotadas. Por sobre entrenamiento, por falta de condición física o porque la edad no disculpa ni a los grandes campeones, sus discursos se resumen en más de lo ya conocido. Su posición en el campo, la de simples aspirantes al fracaso. Líderes y bases consumieron hace tiempo el yacimiento de las ideas. No conciben soluciones. Solo eslóganes. Los principios de simplificación, vulgarización y enemigo único del manual de propaganda goebbelsiana, llevados al fundamentalismo extremo. Los recientes disturbios de Venezuela o la cruel situación de Ucrania, lo ilustran con la exactitud y el dramatismo de los retratos con las viejas Ilford 400 de blanco y negro.



Cada vez que la derecha rastrea peligro, tira de fondo de armario. Desde Madrid coloca el aborto sobre el mostrador, reinventa el por fortuna extinguido terrorismo etarra, nos alerta del secesionismo catalán o, si las cosas se ponen lo bastante feas, nos recuerda que la patria no será la patria, mientras Gibraltar prosiga bajo estandarte enemigo. Desde los aspirantes a la emancipación, diseñan curiosas historias sobre el ADN con indiscutible aroma a xenofobia o dibujan lemas para inteligencias someras: España nos roba. Toma y a los demás. El estado español, toda forma conocida de estado, encuentra su modo de subsistencia en el hurto a los ciudadanos. Vaya novedad. Olvidan que los impuestos que dicen pagar de más, tienen su origen en un principio universal de justicia (que contribuya en mayor medida el que más tiene) y no en el idioma que a cada cual le enseñó su madre. Defienden intereses de clase, no territoriales. Engañan a los suyos. La custodia de la fe, de las expectativas económicas de la secta mayoritaria para ser precisos, completan la puesta en escena. Y ese es un síntoma común a todos los diestros con independencia de que se expresen en español, en euskera o en catalán.

La llamada izquierda tiene mejor relación con el pensamiento único, con el objetivo redentor que todo lo sana. Organiza campañas monográficas en las que repite su piedra filosofal del momento; la madre de todas las reivindicaciones. En la presentación de esos entes desconocidos que denominan "plataformas", uno se encuentra a los mismos tíos, bajo idénticas razones sociales, en “representación” de "colectivos"... de tres o cinco personas. Pura inflación de siglas sin contenido. Durante meses dan la brasa con pócimas mágicas que todo lo curan. Del 0,7% de antes a la actual cantinela de la Renta Básica, pasando por Tasas Tobin, "Noes" a la guerra o la OTAN o extraños Impuestos Patrimoniales. No es que uno se muestre en desacuerdo con esas propuestas, sino que al separarlas, al desconectarlas del cable que las otorga sentido unitario, se desnaturalizan. Dejan de amenazar al sistema, para transformarse en fieles perros de pastoreo.

Al final, los unos y los otros, logran transmitir que el objetivo es posible sin cambiar nada; sin renunciar a nuestros privilegios de raza, de sexo o de clase; sin dejar de consumir aquello que nos agrada y sin la necesidad de prescindir del coche para asistir a una manifa en defensa del medio ambiente o para machacarnos en un gimnasio. ¡Dad a la gente lo que quiere! que cantaban los Kinks. Como los aprendices de malos escritores, confunden el talento literario con la adjetivación ridícula, piensan que reunirse en un salón para discutir naderías, formas, protocolos y posiciones, es luchar por un mundo mejor. Edifican la revolución corrigiendo manifiestos que nadie lee y discutiendo puntos, comas y sustantivos en textos vacíos. Se hacen los mártires y hasta se indignan si los demás no mostramos eterno agradecimiento. Se concentran para la protesta con la imagen del Che, pero solicitan autorización a la Delegación del Gobierno. Lo nunca visto, la subversión bajo licencia administrativa. Todo menos meter dos hostias al estado y ponerlo patas abajo, no sea que de verdad algo cambie y dejen de engordar egos y/o bolsillos, bajo sonrisas fotográficas para la prensa de medio pelo.

Cuando me intuyo más perdido, la adicción a la poesía que padezco desde casi el nacer, me regala la respuesta en un precioso texto de Uberto Stabile:

"Dice Gillespie
que lo más peligroso no es el peligro
que lo más peligroso es la seguridad
con la que eludimos diariamente el peligro"

Si lo dice Gillespie... habrá que hacer caso. Los genios acostumbran tener razón. Ellos, los políticos todos,los banqueros, los tertulianos, los ideólogos de la nada, los salvadores de la patria o de la clase obrera... ellos, la casta dominante, son el mal. Y frente a los tumores, la cirugía se conforma como el único remedio eficaz. Con indoloro láser o con un afilado cuchillo ... hay que operar. Cualquier otra solución supone alargar agonías con esperanzas tan erróneas como, con frecuencia, interesadas.

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