Los crecimientosaurios
Todo
año vivido está lleno de descubrimientos y decepciones. En el ya
fallecido 2013 he encontrado en este viaje a través del tiempo
que llamamos vida, personas y personajes capaces de regalar por sí
solos sentido a la existencia. También se me han oscurecido como un
halógeno al desconectar el interruptor, algunos seres por los que
hasta este momento sentía cierta admiración. Uno de mis ídolos
caídos, de las víctimas del último ejercicio, ha sido el profesor Vicenc Navarro.
No he entendido más allá del estricto sectarismo político, a cuento de qué venía esa reiterada crítica a las tesis del mal llamado movimiento decrecentista. No me agradaron ni las formas ni los fondos, impropios ambos de un personaje de su talla. No parece serio justificar la animadversión a esa corriente de pensamiento en función de viejas polémicas personales con Ivan Illich y descalificar de paso a Latouche, bajo la “terrible” acusación de confesarse discípulo del primero. Tampoco resumir todo su análisis en que “son anticonsumistas en un sistema de producción capitalista”. Además de no ajustarse a la verdad, se me antoja argumento simplificador, pobre y panfletario, para la reconocida altura intelectual del autor de la frase. No mejora mi comprensión de las obsesiones de Navarro cuando trata de antiguallas unas ideas por ser originarias de los años setenta. Sobre todo cuando la crítica proviene de alguien tan descaradamente marxista y tan confesamente keynessiano como él. Tanto lo uno como lo otro me parecen del todo respetables, pero forman ideas de bastante mas edad que el “viejo” decrecimiento. Dedicar un artículo entero a la aportación de datos mosquea. Dice una antigua amiga – y dice bien – que los economistas cuando carecemos de razones las sustituimos por números y gráficas. Llenar un folio de dígitos nada demuestra sobre la bondad de unos argumentos.
No he entendido más allá del estricto sectarismo político, a cuento de qué venía esa reiterada crítica a las tesis del mal llamado movimiento decrecentista. No me agradaron ni las formas ni los fondos, impropios ambos de un personaje de su talla. No parece serio justificar la animadversión a esa corriente de pensamiento en función de viejas polémicas personales con Ivan Illich y descalificar de paso a Latouche, bajo la “terrible” acusación de confesarse discípulo del primero. Tampoco resumir todo su análisis en que “son anticonsumistas en un sistema de producción capitalista”. Además de no ajustarse a la verdad, se me antoja argumento simplificador, pobre y panfletario, para la reconocida altura intelectual del autor de la frase. No mejora mi comprensión de las obsesiones de Navarro cuando trata de antiguallas unas ideas por ser originarias de los años setenta. Sobre todo cuando la crítica proviene de alguien tan descaradamente marxista y tan confesamente keynessiano como él. Tanto lo uno como lo otro me parecen del todo respetables, pero forman ideas de bastante mas edad que el “viejo” decrecimiento. Dedicar un artículo entero a la aportación de datos mosquea. Dice una antigua amiga – y dice bien – que los economistas cuando carecemos de razones las sustituimos por números y gráficas. Llenar un folio de dígitos nada demuestra sobre la bondad de unos argumentos.
Para
quienes como este fervoroso defensor del Estado del Bienestar parecen
no haberlo comprendido, el movimiento acrecentista (término mucho
más exacto), no puede analizarse en exclusiva desde una perspectiva
económica. Como aquel clásico programa de la 2 está formado por
cifras y letras. A diferencia de los modelos al uso, las segundas
adquieren la misma importancia que las primeras. Su pensamiento no
impone, tal como sugiere Navarro, una vuelta del hombre a las
cavernas; sino una salida digna, humana y sensata de la cueva en que
la ciencia económica y sus perversas magnitudes-objetivo han sumido
a la humanidad. El acrecentismo es anticapitalismo pleno, en todas
sus formas. Este investigador barcelonés y los suyos profesan
adoración a determinados estilos de capitalismo estatal o
cuasi-estatal que, valga la ironía, tan “excelentes” resultados
dieron en el pasado.
Acrecer
no es tirarse cuesta abajo con un trineo sin frenos. No es sentirte
jodido porque tu dispongas de un Seat Ibiza y tu vecino de un BMW. Es
razonar que los dos debemos desplazarnos de modo menos agresivo con
nuestros semejantes y con el medio.
Acrecer
es comprender que el Estado del Bienestar – por más que disguste a
algunos – está construido sobre la sangre y la miseria de eso que
denominamos tercer mundo; sobre la injustificable discriminación de
la mujer en el primero y sobre el exterminio de la naturaleza en todo
el planeta. Es entender la justicia como un bien sin nacionalidad y
el mundo como un lugar sin compartimentos estancos. Es preferir lo
próximo a lo lejano; lo sencillo a lo complejo; lo natural a lo
artificioso. Acrecer es escoger de entre todos los caminos que
conducen a la cumbre, el más simple, el más cercano a la tierra, el
más humano. Como alternativa plena al capitalismo supone una doble
sustitución: el enriquecimiento económico por el personal y una
vida asentada sobre las cantidades por otra fundada en la cualidad.
Normal que no puedan asimilarlo quienes acostumbran a medir la
felicidad como porcentaje de la Renta Nacional.
Para
alcanzar esas metas nos ayudaremos de cuatro herramientas
principales:
1)La
eliminación del PIB en su papel de dios todopoderoso de la ciencia
económica y reemplazarlo por otros indicadores más en consonancia
con la buena vida, como la Huella Ecológica o el IDH.
2)
La supresión del dinero en su función de depósito de la riqueza y
del interés como mecanismo para retribuir al capital.
3)
La progresiva reducción de la jornada de trabajo, no solo para
alcanzar el pleno empleo; sobre
todo,
como medio al
servicio
del
íntegro
desarrollo personal.
4)
La autogestión como arma de organización de
la sociedad, economía incluida.
El
llamado decrecimiento es un mensaje que en su fondo contiene un
mandato universal, pero que por forma pone rumbo al primer mundo. Al
contrario que ciertos modelos anticuados de socialismo, no pretende
alcanzar la obesidad occidental como objetivo común de todo ser
humano, sino regalar una dieta adelgazante a quienes padecemos
sobrepeso y una alimentación equilibrada a quienes carecen de unos
mínimos. No es la manifestación de una voluntad, sino la
consecuencia de un proceso imparable. Podemos recorrerlo por la
buenas o por las malas. Elegimos entre descender la montaña con
cuerdas, de un modo racional, ordenado y sensato, asegurando cada uno
de nuestros pasos; o permitir que la realidad nos lance al vacío.
Las subidas de los precios de la energía por más que nos intenten
convencer de lo contrario, no son más que la boca de ese inmenso
túnel al que nuestra estupidez nos conduce.
Para
reflejar la situación del debate entre “los hombres de Navarro”
y los decrecentistas, podría tirar de aquella frase de Keynes que
repito con cierta insistencia: “la
dificultad radica no tanto en desarrollar nuevas ideas, más bien en
escapar de las viejas”.
O quizá de esa otra fantástica y que también refiero con
frecuencia de Borges:
“Antes
no se hablaba de economistas, pero el país prosperaba. Ahora casi no
se habla de otra cosa, y el resultado de esos expertos ha sido la
ruina del país; pero eso no importa, sigue hablándose, sigue
insistiéndose en esa ciencia, posiblemente no menos imaginaria que
la alquimia”.
Dada
mi condición de filósofo frustrado, prefiero hacerlo con esta de
Nietzsche, sin duda mucho más poética:
“los
que eran vistos bailando se les consideraba locos por aquellos que no
podían escuchar la música”.
Qué
suene la melodía y todos a la fiesta, aunque haya a quienes el
conocimiento inútil que diría Revel y la dictadura de las
ideologías, no permitan disfrutar del concierto.
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