El bosque desencantado

Hace unas  semanas me desplacé por razones mitad familiares mitad lúdicas, hasta algún escondido lugar del Pirineo Oriental. Tras un sábado de reencuentros y una mañana de domingo en que todo amaneció torcido, la vuelta me regaló uno de esos episodios que convierten en inolvidable un instante ordinario. 

Transitábamos por una de las muchas carreteras que te alejan de la montaña. A izquierda y derecha un cerrado bosque de especies diversas adornaba la sucesión de colinas que como en la mili que nunca hice,  parecían  formadas por alturas. Un homínido estúpido de los que se sienten en la obligación de viajar a mayor velocidad que el resto, solo por poseer una berlina de alta gama, afea a golpe de claxon la lentitud de mi marcha. A mi derecha, un amigo con quien además de una desmedida afición a la montaña, comparto mi peculiar visión del mundo, exclama:

Foto: Rafa Hernández
–  La vida es lo de fuera. Lo que está ahí –

Mientras señala con absoluta precisión hacia el bosque. 

–  Entre los árboles habitan miles de existencias, miles de historias individuales y colectivas, miles de nacimientos y de muertes en cada momento. Y nosotros, animales estúpidos, nos enfadamos porque nos impiden disfrutar de un juguete con ruedas. – 

Mientras nuestros pasatiempos asesinos exterminan cuanto de natural encuentran a su paso, entre la profundidad de un pinar que agoniza, incontables  criaturas disfrutan sin más del hecho de vivir. Sin la necesidad de creerse inmortales. Sin la noción de que todo termina porque entienden que cada instante es único y se echa perder cuando pensamos en ello. Sin el deseo de trascender. Son seres primarios, instintivos, gozosos, felices... Hacen lo que su naturaleza impone. Se limitan a obedecerla. Y ya sabemos que según Gala, lo natural nunca puede ser culpable. Su enemigo es esa civilización humana que arrasa el hábitat en el nombre de la economía, del progreso o de un discutible concepto de justicia. Que se cree el centro del universo porque en el fondo se ha tragado lo del rey de la creación. Y además decidió escogerlo varón y de raza blanca. Ellos, los seres vivos de nuestro bosque desencantado, bichos sin patria que diría Bookchin, no entienden de naciones,  de modos de organizar políticamente la sociedad, de socialismos del siglo XXI demasiado parecidos a los del XIX, de capitalismo financiero, de modos de producción, de parásitos mantenidos por la propia estupidez humana. Carecen de tecnología, se desplazan con sus fuerzas y pelean sin otras armas que las que la naturaleza tuvo a bien aportar.  Ellos, los seres vivos de nuestro bosque desencantado, se limitan a ser lo que son y a disfrutarlo. Matan, mueren y aman para sobrevivir. Sin odio. Sin rencor. Solo por hambre. Solo por instinto. Quizá por ello alcancen la felicidad. Quizá por ello compartan el criterio del genial Bill Watterson: la prueba más fehaciente de que existe vida inteligente en el universo es que nadie ha intentado contactar con nosotros".

Tiene razón mi compañero de fatigas; mi maestro de física y alumno de química: la vida es lo de fuera. Y nosotros, pretenciosos gorilas sin pelo, a lomos de calvos caballos de plástico y metal, representamos la muerte.

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