Bandera pirata

Tan extraña en esto de la política como un temporal en el Mar Menor, Birgitta Jónsdóttir, es de esos seres que con su sola presencia provocan una epidemia de optimismo. Fue leer dos párrafos de su reciente entrevista publicada en El País y recuperar la fe en una humanidad que clausuró hace tiempo la fábrica de las sonrisas. Aunque discrepo de la metodología electoral de la que es confesa defensora y de algunas otras cuestiones de menor trascendencia; me cautivan su pasión por la democracia líquida, su idea de la política como actividad temporal (y amateur) y su concepto de que el capitalismo en todas sus formas conocidas, no se puede cambiar, sino que debe ser destruido. Incluso para quienes consideramos a los partidos políticos un extraño cruce entre club de fútbol y asociación de malhechores, su labor desde el islandés Partido Pirata, merece el respeto de quien osa navegar contra todos los vientos y frente a todas las corrientes. Partido Pirata. Precioso título para un movimiento social. Me quedo con una frase para la reflexión: “todo el mundo entiende lo que va mal, pero muy poca gente tiene soluciones”. A juego con su persona y su pensamiento. Sencilla, clara y precisa. Austera en las formas, pero densa y profunda en cuanto escarbamos bajo la primera capa de superficial arena.

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A estas alturas del torneo, solo los necios vocacionales ignoran que el sistema político no funciona. Tiende a la corrupción como al agua hacia el piso de abajo, cuando nos dejamos abierto el grifo de la cocina. La llamada democracia representativa ni es ni fue democrática. Los elegidos jamás tuvieron la menor intención de defender los intereses de los poderdantes. Asumieron y asumen sus cargos con el firme y exclusivo propósito de mejorar su presente y asegurarse un futuro ...  para ellos. Si hablamos de números y observamos con detalle y un mínimo de rigor las cuentas, las economías no están en crisis, sino en quiebra. El denominado estado del bienestar fue un mero efecto óptico y sus defensores de buena fe, como en la antigua publicidad de la ONCE, unos ilusos porque creyeron en una imposible ilusión. En un antídoto contra el marxismo que caminaba amenazante hacia el oeste. Oxidado el acero del telón, extinguida la enfermedad por su mala genética, el modelo se muestra inviable. Se basa en el crecimiento perpetuo y precisa de un consumo de recursos muy superior a su capacidad de regeneración. Como versa la famosa frase de algún antiguo torero: “lo que no puede ser no puede ser, porque además es imposible”. El Buen Vivir andino resultó más de lo mismo. Mantiene el poder, pero agoniza hoy en lo revolucionario entre la rendición al petróleo de Yasuní, el servilismo venezolano hacia Chevron y una mortal sobredosis de patriotismo cuasi fascistoide.


A nadie escapa que ni los unos ni los otros (ni los liberales, ni lo socialistas sean del siglo que sean), tienen la más remota idea de como escapar de este laberinto. Mientras la derecha pretende hacer negocio propio de las desgracias ajenas, la izquierda oficial muestra, como máximo recurso creativo, volver a recorrer la misma senda que nos condujo a este lugar del bosque. Malas rutas ambas. Como en las grandes montañas, urge abrir una nueva vía para conquistar la cima. Las hasta ahora conocidas, a base de pinchar clavos en sus castigadas paredes, han degradado tanto la piedra que se muestran de imposible escalada..


Por el capricho de esa fortuna que a veces nos recuerda que existe, cada vez más seres descubren las dos ideas básicas que nos deben conducir hasta un futuro mejor:


  1. El método es el camino. Urge substituir la democracia representativa por la directa (o líquida en palabras de Jónsdóttir). Como en el comercio, sobran intermediarios que se enriquecen con el sudor ajeno y escasean los productores dispuestos a derrochar el propio.


  1. Frente a un neoliberalismo que ve en la especulación privada y sin escrúpulos la alternativa a unas arruinadas economías nacionales; y frente a un socialismo anticuado que aprecia en un estado inviable, la piedra filosofal capaz de convertir en placer el actual sufrimiento; la única respuesta razonable es la recuperación de los valores sociales. Aquellos que, propios de las comunidades más pequeñas, nos devuelven la condición humana. Debemos reaprender a cuidar los unos de los otros y no a esperar que ningún sistema nos sustituya. El futuro se encuentra en asumir responsabilidad como ciudadanos y construir desde abajo y mediante la cooperación entre los iguales, una nueva sociedad. Debemos aspirar a la felicidad libre y no a la riqueza esclava. En ese proceso, la simplicidad voluntaria de Thoreau se torna herramienta indispensable. Se haya en nosotros y no en "los políticos" el realizar los movimientos adecuados. Vivir la propia vida es una facultad indelegable.
Habrá a quién estos principios le resulten chocantes. Querrán algo más "práctico" y más sencillo de asumir y ejecutar. Lo comprendo. Van en contra de buena parte de la “progresía” oficial y no se alinean ni con pajaritos del más allá, ni con momias del más acá. Nos exigen demasiado. Ya no es suficiente con votar o con salir a la calle en pacífica marcha tras una pancarta sindical. También hay que construir, que participar, que renunciar, que modificar hábitos y conductas que hoy se nos antojan indispensables, que equivocarse en primera persona y asumir el error como parte del proceso. No pasa nada. Parafraseando a Fina García Marruz, algún día entenderán que al cine mudo “no es que le falta el sonido, es que tiene el silencio.” 

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