Una tarde de abril

A escaso cuarto de hora de las cinco de la tarde, alcanzamos el punto de encuentro. Tras saludar a los compañeros de siempre y tras la imprescindible presentación de los hasta ese instante desconocidos, iniciamos la marcha hacia Neptuno. El dubitativo vistazo a los alrededores de la Plaza de Atocha, confirma nuestros temores. O la manifestación es de maderos o allí no hay ni dios. Una amena charla sobre fotografía nos permite acercarnos a las nuevas amistades y nos conduce hasta el lugar en que los atléticos suelen – solemos – celebrar nuestros infrecuentes pero orgásmicos éxitos deportivos. Llama la atención la desproporcionada cantidad de personas con inquietudes artísticas que encuentras en eso que llamamos mundo alternativo. Caminamos lentos, pausados, como si por reducir la frecuencia y la amplitud de nuestros pasos fuéramos a encontrar más gente. Alcanzamos las vallas que cierran la Carrera de San Jerónimo e intentamos tapar nuestra desolación con una sonrisa tan amplia como forzada. El nombre de la calle (por lo de carrera) no trae buenos augurios. Es la hora prevista para el inicio y solo unos cientos de personas... Nada para un Madrid. No merecía la pena contar. Entre agentes y periodistas dispuestos a filmar carnaza duplican como poco el número de manifestantes. La campaña mediática ha dado sus frutos. En el estreno del temido 25A se intuye un fracaso de crítica y público.

En los corrillos se adivina un comentario común. La Plataforma En Pié convocó mal la acción. Su léxico sobreactuado y una actitud poco abierta hacia los afines, impidieron que captase el favor de una buena parte de los que debieran ser su clientela. La agresiva e injusta campaña mediática hizo el resto y criminalizó la acción. Bastaba alzar la vista en cualquier dirección para comprender quienes habían pensado utilizar la violencia y quienes no; quienes tenían todos los números para ser agredidos y quienes para constituirse en agresores. En nuestra desilusión obviamos un hecho sustancial: el miedo por fin cambió de bando y convirtió los alrededores del Congreso en un fortín con más UIP que bacterias por metro cuadrado. Si seguimos la doctrina Kaczynski y aprendemos a valorar nuestras acciones en función de la respuesta del enemigo, concluiremos que el 25A fue un éxito y que con sus luces y sus sombras, ese es el camino.

Entre opiniones diversas y batallitas exageradas trascurre como media hora. Nuevo vistazo a la plaza con la incomunicada esperanza de un milagro. Nada. Esas cosas solo pasan en Lourdes y a los creyentes... previo paso por caja. Seguimos con no más de mil personas. Novecientas ochenta normales y veinte con los suficientes problemas de salud mental como para haber salido de casa con la idea obsesiva de pelearse con quien se ponga delante. Una especie de “Ultra Sur” pero con excusa política. Una compa del grupo se acerca a ellos y les recrimina su actitud. Llegamos casi al enfrentamiento, pero pese a la multitud de periodistas presentes sabemos que eso no saldrá en la prensa. No está en el guión y el director es tan tirano que no permite a los intérpretes la menor improvisación. Inútil el trabajo de nuestra nueva amiga. Imposible hacer entender a quien tiene el firme propósito de negarse a ello. La policía debería retirar a esos personajes para garantizar nuestro derecho a manifestarnos y la seguridad de todos. Pero ellos, los polis, están allí para liarla, no para protegernos. Eso lo tenemos claro. Ellos y nosotros.

Al poco rato llegan refuerzos. La comitiva procedente de Sol alcanza Neptuno. No es que sean multitud pero, al menos, abultamos un poco más. No se dar una cifra. Digamos que media plaza llena sin apreturas. Todos tenemos la convicción de que de allí vamos a salir corriendo y con un tipo con porra grande y cerebro pequeño intentando atizarnos con la primera. El guionista contratado por la señora Cifuentes así lo escribió casi al mismo tiempo de conocerse la convocatoria. Forma parte del circo. Del espectáculo maniqueo diseñado por la clase política para disimular el diabólico efecto de sus decisiones sobre la inmensa mayoría de la población.

El argumento incluía palos a las ocho y media. Así me lo había comunicado una buena amiga con contactos laborales con las más altas instancias de eso que de modo eufemístico venimos a llamar fuerzas del orden. Recibo una llamada de alguien que bien me quiere y me pregunta con ingenuidad: “¿estás en Madrid?. No vayas por el centro. Dicen en la radio que hay convocada una manifestación muy violenta”. No me atrevo a confesar que estaba charlando con la milésima parte de ese terrible peligro que anunciaba su emisora. La temperatura había descendido lo suficiente como para empezar a sentir frío. Decidimos volver al coche para abrigarnos y volver a la lucha. En esas nos encontrábamos cuando empieza la fiesta. Por una de esas casualidades de la vida difíciles de creer, justo a la hora prevista los descerebrados de la primera fila empiezan a mover las vallas con no se sabe (o sí) que intención. El más bobo – o el más obediente – lanza una bengala hacia las UIP con tan increíble mala puntería (malísima) como para no acertar a ninguno de los agentes pese a la escasa distancia que los separaba. A partir de ahí carreras sin fin y palos sin tino,

Uno conoce y reconoce que la inteligencia no suele ser la característica más destacada en un antidisturbios. No la necesitan y puede ser más un estorbo que otra cosa en el ejercicio de su profesión. Su trabajo es pegar, no pensar. Y me temo que lo segundo excluye lo primero. Pero a los mandos deberían exigirles el suficiente sentido como para evitar que esos “intelectuales” disfrazados de Mazinguer Z, disparen pelotas de goma a media altura en zonas de tráfico abierto. Fui testigo de ello al llegar a la Plaza de Carlos V. Tocó correr y correr bien. Ya en Delicias pierdo a mi compañero de fatigas. No pasa nada. Aunque su proximidad siempre resulta grata, creo que los dos sabemos cuidarnos solos.

De modo un tanto inexperto y desordenado, un puñado de chicos muy jovencitos levantan barricadas. Desde fuera puede parecer incívico. Metidos en la función resulta lógico y lícito. La defensa cuando es proporcionada siempre es legítima. Así lo consagran los más elementales principios del Derecho y el más estricto sentido común. Los papeles se invierten. La policía pagada por los ciudadanos para protegernos adquiere ahora la función de agresor. Tras las carreras y las lógicas escenas de tensión vuelve la calma. Un fotógrafo promete borrar mi rostro de una instántanea a cambio de un poco de agua. Bebe. Me da igual. No he hecho nada que merezca la pena ocultar, ni nada de lo que deba arrepentirme. Un grupo de críos de no más de diecisiete, devoran lo que queda de mi botella de dos litros. El miedo debe dar mucha sed. Bajo su disfraz de peligrosos antisistema con capucha y palestina incluida en el vestuario, se esconden poco más que unos niños asustados por las bestias azules y por la bestia de una sociedad empeñada en que vivir resulte imposible. Charlamos con agrado por ambas partes un largo rato. Los figurantes elegidos por Cifuentes y por el gobierno de la banca para hacer de malos han terminado su trabajo.

  • Venga tíos. Se acabó por hoy. Esto ya no tiene sentido. Iros a casa con vuestra familia.
  • No tenemos ni casa, ni familia. Vivimos en la calle. ¿Donde quieres que vayamos?

Quizá lo previsto por los autores de la obra es que en ese momento amase al Gran Hermano. Pero nací disidente y produce en mi el efecto contrario. Por vez primera en mis cincuenta años de historia personal sentí el deseo de levantar barricadas, de volcar contenedores, de quemarlos, de apedrear cajeros automáticos y de lanzar objetos a los guardias como representantes en la calle de una sociedad tan miserable como para condenar a esos chicos a la nada. Me veo y no me reconozco. Un pacifista convencido justificando formas de violencia. Por suerte todo ha pasado y he salido del envite sin tracionar mis principios. Les facilito la dirección de un par de centros okupados con la esperanza de que allí puedan encontrar el hogar y el afecto del que carecen. Nos despedimos con un abrazo. Suerte tíos. Aunque marcháis agradecidos porque con mi pinta de señor respetable os saqué de un buen lío, sois vosotros quienes me habéis socorrido. No se si volveremos a encontrarnos en ese recorrido por la Tierra que llamamos vida, pero habéis regalado a este señorito de crianza burguesa e ideas revolucionarias, lo que necesitaba en este preciso instante: una ilusión por la que luchar y esa placentera sensación de sentirse útil.

Por fin me reúno con mi gente. Tras el cigarro de después – en este caso una cerveza–,  nos vamos. Vaya sablazo. Casi veinte pavos de parking por unas pocas horas. Con el cambio recojo mi propia contradicción: acudo a una manifa antisistema y pago un buen puñado de euros por un simple refugio para el coche. Ya de vuelta a casa enciendo el loro. Tarde-noche de casualidades. Suena el “Demasiado Corazón” de Willye Deville. Unos, demasiado corazón y otros, incluidos algunos muy próximos y muy decepcionantes, poco valor y poca vergüenza. Cuando los lea algún artículo o los escuche en alguna conferencia explicando ese maravilloso futuro del siglo pasado al que aspiran, intentaré acordarme que son como los falsos pitonisos de feria. Son de esos que esperan a que se juegue el partido para pronosticar el resultado. Una burda mentira al servicio de su ego insatisfecho.  

Casi en Toledo, recibo un whatsapp. "Algún día me explicarás que coño hace un tío como tú en esos saraos". Respondo: “demostrarme que el deporte de vivir, tiene algún sentido”.

Sucedió en Madrid, una tarde de abril de 2013. El veinticinco, creo.



Comentarios

  1. A mi me parece más impresionante que impresionista, el relato. Gracias por compartirlo con los que no tenemos el valor o la honestidad para comprometernos de forma más activa, los que nos podemos beneficiar económicamente, socialmente y moralmente, del esfuerzo de otros. No es mi estilo, pero no me averguenzo porque sé que estoy cerca del límite de mis capacidades de esfuerzo colectivo; pero Rafa, lo que más agradezco es el sentirme algo digno de mi condición humana al leerlo, cuando voy sintiendome a veces como basura humana. No sé si el hacernos sentir así estará en el guión de los que planifican y controlan esta sociedad, pero me parece que es muy dañino. Si tuvieramos algo de dignidad no tragaríamos con las ruedas de molino que nos dan.
    Gracias de nuevo.
    Roberto Colino

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