Aló presidente
Que nadie espere en estas líneas un
concienzudo análisis de la figura personal o política de Hugo
Chávez. La ópera no me apasiona y como corresponde al título de mi
blog, me interesa más el coro que el tenor. En esta especie de
orquesta orweliana que son los medios de comunicación, cada cual
interpreta su instrumento con el talento
o el desatino que la genética y el aprendizaje le permiten. Como en
la Sinfónica de Viena, todo vale si el sonido es bueno y sacamos
adelante la obra. La
partitura en estos días es el fallecimiento de Chávez. No se conoce
político, periodista, tertuliano, bloguero o adicto a las redes
sociales que no aporte sus conocimientos de la materia. Como es costumbre propia de
los tiempos y arraigada en el lugar, encontraremos centenares de
juicios de valor y unas pequeñas dosis de datos, casi siempre
sesgados por el prejuicio del autor. No se emiten opiniones, se
gritan consignas; no se investiga, se juzga. Cada cual es señor de
su tiempo. A mi, un viaje alrededor de la nada con destino al punto de
partida, no me llama.
De
Chávez se ha escrito mucho y casi siempre con más apasionamiento
que honestidad. La objetividad es inalcanzable y no se puede exigir. Pero
la decencia sí. Y mucho de lo publicado, por parcial, coquetea con
lo indecente. Para
los que se alimentan en el pesebre del poder, era una especie de
enciclopedia del mal en doce tomos más anexos de actualización. Un
Lucifer con maléfico tridente, diabólica cornamenta y satánico
rabo, dotado de la inusual habilidad de no hacer nada bien en catorce
años de gobierno. Si Rajoy o Aznar arrasan en unas elecciones, son la
expresión de la voluntad popular. Si lo hace el fallecido líder
venezolano, es antidemocrático.
Para los neoconservadores de la izquierda – esos que esperan con impaciencia unas agresivas políticas de demanda que garanticen prosperidad, crecimiento y de paso el mantenimiento del sistema –, Chávez era la encarnación del bien. Como Jesucristo pero sin barba. Demócrata, justo, nada demagogo, respetuoso con la oposición y, si se tercia, hasta delgado. En esos catorce años – no les parece mucho tiempo – ni se atisba la sombra de un error. Si Berlusconi modifica la constitución para perpetuarse en el poder, es un fascista; pero si lo hace el “comandante”, cumple la voluntad popular.
Para los neoconservadores de la izquierda – esos que esperan con impaciencia unas agresivas políticas de demanda que garanticen prosperidad, crecimiento y de paso el mantenimiento del sistema –, Chávez era la encarnación del bien. Como Jesucristo pero sin barba. Demócrata, justo, nada demagogo, respetuoso con la oposición y, si se tercia, hasta delgado. En esos catorce años – no les parece mucho tiempo – ni se atisba la sombra de un error. Si Berlusconi modifica la constitución para perpetuarse en el poder, es un fascista; pero si lo hace el “comandante”, cumple la voluntad popular.
De
Evo Morales mejor ni hablamos. Esa tesis cospiranoica por la que la
muerte del amigo se debe a una terrible infección propagada desde
la CIA, nos deja un sabor mestizo entre el terror y la carcajada. De modo casi literal afirma que la investigación no se ha iniciado, pero no tiene dudas de cual será el resultado. Y uno que pensaba que los juegos trucados eran una técnica exclusiva del parlamento español... ¡En qué manos
estamos!.
¿Tan
complejo es analizar datos sin prejuicios? Con un poco de buena
voluntad no lo parece. En el haber: Chávez redujo la tasa de paro hasta
límites desconocidos en el país, casi erradica la pobreza extrema,
mejoró muchísimo la distribución de la renta, alfabetizó a una buena parte de la población e hizo frente –aquí
ya incluimos un juicio de valor- al imperialismo político que no
económico, del monstruo yanqui. En el debe: convirtió Venezuela en
el país más inseguro de América (y ya es); sombras severas sobre
el respeto a los derechos humanos, a la libertad de expresión y a
la independencia judicial; una inexistente política ambiental y un cierto hostigamiento de opositores. No voy a aburrir con datos.
Quien esté interesado puede consultar las cifras oficiales de la
economía venezolana, los sucesivos anuarios de Amnistía
Internacional, las repetidas denuncias de Greenpeace o el último informe de la UNESCO sobre seguridad
ciudadana. Todos son públicos y accesibles. Y permiten que se sirva uno mismo sin intermediarios.
Choca
más, y me entristece infinitamente más, que desde posiciones que
me resultan próximas, se califique al fallecido mandatario como el
perfecto altermundista. Por ahí sí que no paso. Al altermundismo (otro mundo es posible) lo concibo como una banqueta asentada de modo firme sobre
cuatro patas: justicia social, ecología, horizontalidad y
construcción democrática de la sociedad. Que nadie piense que
olvido la cuestión de género. Es tan trascendente que debe
impregnar a las demás para que sean válidas. En el primero de los
aspectos aplaudimos sin reservas las gestión realizada. Pero en el
resto … La ética ambiental está reñida con hacer del petróleo
un medio de vida y con el servilismo a multinacionales como Chevron.
La horizontalidad implica construir desde la base y excluye el
caudillaje como modo de abrazar el presente y de enfrentarse al futuro.
Y la reconstrucción democrática impone no solo una forma de acceder
al poder, también y con la misma intensidad, un modo de
ejercerlo.
Con sus luces y sus sombras, Chávez me pareció un buen estadista. El problema es que en
mi personal concepto de organización social, esas dos palabras juntas merecen engrosar la colección de oximorones (me permito la
licencia de pluralizar el helenismo) con la que el admirado Arcadi
Oliveres suele cerrar sus charlas. A partir de ahora
a los ya conocidos banca ética, carpintería metálica, fuego amigo, aduaneros sin fronteras
o inteligencia militar, podemos añadir aquello de buen estadista.
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